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Soy un aficionado de toda la vida.

  • Foto del escritor: Jorge y Malú
    Jorge y Malú
  • 27 feb 2018
  • 9 Min. de lectura

Jorge Canto Alcocer


Mamé mi afición en casa.


La primera vez que fui a los toros fue en 1975, a los 7 años. Me llevaron mis abuelos a Cancún. Fue una época que no hubo toros en Mérida. Mi abuelita paterna, Panchita, era aficionada a los toros. Recuerdo lo blanco de la arena de Cancún, era una plaza portátil. Toreó Antonio Lomelín, fue muy impactante. Lo que hacía el torero, la sangre del toro, lo recuerdo todo.



Mi papá me introdujo a los toros, a mi papá lo metió un poco mi abuela –que le gustaban más los toros que a mi abuelo-, pero sólo un poco. Ella era medio aficionada, era asistente, mi padre se volvió un aficionado chipen – un aficionado obsesionado, loco, que sigue todo, analiza todo y que vive en la fiesta de los toros-. Yo llego a la familia y mi padre era un fanático. A mí me criaron con cosas de toros, tuve mi ropa, mi capa, todo, mis juguetes eran cosas de toros. Mi padre tenía libros – que yo revisaba, leía -, estatuillas de toros, de toreros, muchas cosas de toros. Mamé la cultura de los toros desde pequeño.


Una noche me quedé solo en Mérida, unas vacaciones que todos se habían ido a veranear a Progreso, yo pedí quedarme en casa solo para ver mi programa de toros, porque no había televisión en la casa de Progreso. Tendría yo como 8 o 9 años, era un miércoles, lo recuerdo, pasaban mi programa de toros antes del programa de Disney. Pero esa noche pasaron un programa de terror, una película de hombres lobo y yo tenía mucho miedo, porque la casa donde vivía era muy antigua, y todo estaba oscuro, solo había luz donde yo estaba viendo la tele. Todo lo demás estaba como boca de lobo. Pero no iba a perderme mi programa de toros por nada del mundo.


La tauromaquia era algo cotidiano en mi casa, mi padre era fanático, desde revistas de toros, programas de toros, películas de toros. Así que cuando llegué a mi primera corrida ya sabía bastante de toros. Había leído mucho, visto mucho. Comenzamos a ir con mi papá, mi hermana y yo. La esposa de mi padre solía ir con nosotros, pero después de un incidente muy fuerte en la plaza de toros ya no volvió a ir. Esa tarde cornearon a un torero, fue tan fuerte la cornada que le arrancaron la safena, el hueco era enorme y la herida tan grande que un picador, uno de los ayudantes, metió la mano para detener la hemorragia, lo llevaron en coche, porque la ambulancia ya había salido con otro torero herido. Tuvieron que quitarle piel de la nalga para cubrir el hueco, el tipo tuvo varios infartos y finalmente salvó la vida. Entonces, una mujer se acercó a mi padre, como médico y como aficionado. Nosotros no sabíamos, es decir habíamos visto la sangre, todo horrible, pero no sabíamos que había pasado. El rumor era que el torero se había muerto. Entonces la señora se le acerca y le pregunta a mi papá que opinaba, como médico que había visto, que opinaba, que había ocurrido. Entonces mientras mi papá está hablando con la señora, la esposa de mi papá se molesta, se para y se va, molesta porque mi padre estaba hablando con una mujer. Y entonces ella dejó de ir a los toros. Cuando mi hermanito tuvo edad, también comenzó a ir.


Así que se volvió un evento familiar. De octubre a marzo. El día de corrida era un día muy especial. Porque ese día comíamos muy temprano, me bañaba, no me vestía. Me quedaba en ropa interior. Era como un momento de juego, de diversión, porque a las dos, dos y media de la tarde nos vestían para que mi papá pasara por nosotros y nos llevara a la corrida. Una media hora o cuarenta y cinco minutos antes llegábamos a la plaza de toros. Era muy tenso estar esperándolo, porque había mucha emoción de ir y no llegaba, cada minuto, nos tensaba esa espera. Era muy importante llegar temprano y la espera era muy tensa.


Me alejé de los toros un tiempo. Como en la vida de todos, yo tuve mi momento de rebeldía. Como en la vida de todos. Era una forma de demostrarle a mi padre que rechazaba todo lo que él representaba (aunque nunca me alejé del béisbol). Fueron un par de años. Luego en septiembre de 1984 matan a Paquirri, es muy famosa esa escena donde él está calmando a su médico, él le dice: -es una cornada grande, de tres trayectorias, es una cornada que pone en peligro mi vida. Le dice al médico – usted tiene que hacer esto y tiene que hacer lo otro y ya después de eso él se desmaya por la pérdida de sangre y finalmente muere, porque el médico no se atreve a atenderlo, lo manda a un hospital porque decía que no tenía el instrumental necesario para hacer todo lo que tenía que hacer. Él estaba en un pueblito en España y lo mandan a Córdoba, como una hora en ambulancia, y no llegó. Murió antes. Entonces ese hecho fue tan dramático y tan impactante en mi vida que yo regresé a los toros. Y hasta ahorita.



Cada vez que voy a los toros pienso que puede ser la última vez. Con el aficionado torista, como yo, es así, vamos con mucha emoción a los toros, y regresamos con mucha amargura, porque las cosas no salieron como pensábamos, como queríamos. Y decimos que ya no vamos a regresar como aficionados, porque no hay lo que quieres ver, lo que esperabas ver. El centro de la fiesta es el toro, cuando el toro no tiene el trapío, la belleza del toro (belleza, porte, peligrosidad –un toro debe darte miedo) piensas ¿para qué regresar? El ser consciente que tiene dos puñales inmensos, que sabe usarlos, y que va a usarlos, y que va con todo es lo que le da el trapío al toro. Un toro con trapío es un asesino. Para los aficionados como yo, el canon de un toro es ese, que sea muy ofensivo a la vista, que embista y no deje de embestir. Entonces, cuando el toro es muy chico, o su encornadura es deficiente, cuando no ataca lo suficiente, cuando no tiene fiereza, entonces uno se desencanta, se decepciona mucho. Y uno piensa “No voy a volver”, y entonces es la historia familiar o la responsabilidad, ahora que soy cronista, la responsabilidad con mi público, con el director del periódico, y ahora compartirlo con la mujer que amo, lo que me hace regresar, y uno regresa pensando es la última vez que vengo a los toros, la última vez.



Empecé a ser cronista por accidente. A mí me gustaba mucho “El Gleason”, que es un torero heterodoxo, un torero que no sigue las reglas, entonces todos los críticos clásicos decían que era un payaso, un advenedizo, que no sabía torear, etc., etc., y entonces a nosotros nos gustaba mucho, a mí y a toda mi familia nos gustaba mucho, éramos fans de él. Entonces, el cronista de El Diario de Yucatán, que es el otro periódico importante de Yucatán, publicó eso, que “El Gleason”” no sabía torear, que era un payaso, que la gente lo odiaba, que era una vergüenza, y entonces yo escribí un artículo en defensa de “El Gleason”, y más que en defensa de “El Gleason” – porque a quien no le guste tiene todo el derecho de ir a la plaza y chiflarle –, en defensa de la verdad. Un cronista lo que no tiene derecho es a escribir mentiras, y “El Gleason” era un ídolo en Mérida, y llenó la plaza, y esa vez triunfó. Pero como al tipo no le gustaba, mintió. Pero yo estuve en esa corrida, y escribí un artículo diciendo eso: yo respeto mucho al señor fulano –el crítico –, discrepo de sus argumentos, y le voy poniendo paso a paso lo que sucedió. Decía que no le gustaba “El Gleason”, pero lo que sucedía era que no lo entendía, porque era un ignorante. Pero además estaba mintiendo y engañando a la gente con lo que escribió.


La gente había ido a la plaza por “El Gleason” y estuvo muy contenta con su faena. Entonces no se valía que, por no gustarte, mintiese. Entonces escribí un artículo y lo mandé al Por Esto! a través de un amigo, y coincidió que quien hacía la crónica se iba del Estado. Entonces, ya no había cronista, y me invitan a serlo. Fue en 1995, tenía yo 27 años, ahorita tengo 22 años haciendo la crónica. Y no he faltado a ninguna corrida desde entonces. Enfermo, lejos, pagando mis gastos para acudir a la Fiesta y escribir, a veces gastando más de lo que gano ¿por qué? Porque sigo enamorado de los toros.

Hay una leyenda que dice que existe el amor verdadero. Todos los dicen, pero casi nadie lo ha vivido, lo ha sentido. Así es con los toros. Vas cada domingo a la corrida de toros y dices este va a ser el verdadero. Va a ser el verdadero toro, el verdadero torero, va a ser la faena que va a hacernos sentir, emocionarnos hasta las lágrimas, vamos a sentir que el corazón se estruja. Eso no te lo da nada, no te lo da en ese contexto. No es como un orgasmo, es como miles de orgasmos.



Tiene que ver con algo esencial: la oferta de la vida del torero para el toro, es indudable que el toro es más poderoso que el torero. Un toro puede triturar a cinco hombres. Incluso con patearlo, con pisarlo lo puede destruir, no digamos con cornearlo. Y un toro de lidia embravecido, chocando con un auto destruye el auto, el toro muere por supuesto, pero estas hablando de un auto. Estas hablando de más de una tonelada lanzada a toda velocidad y el toro lo para. Estas hablando de un animal poderosísimo. Entonces el toro bravo, en el momento con toda su bravura, es un auténtico monstruo.

El toro se lidia entre 4 y 5 años. De adulto joven a adulto maduro, digamos. El toro ritualmente se mantiene virgen durante toda su vida. Los sementales son toros que han sido indultados por su gran bravura, o toros que se destinan por su genética para ello, y nunca se va a dedicar al toreo, se va a dedicar a cubrir vacas durante diez, quince o veinte años, que es la vida madura de un toro. Entonces, el toro que llega a una corrida tiene toda su pujanza, todo el nervio de un toro virgen, en el momento de mayor fuerza, mayor poder, entonces, es una locura enfrentarlo. Cualquier hombre, por más técnica que posea, es débil y frágil frente a eso.



Es frágil, no es como una pintura que eternizas. El arte del toreo es ahí, es en ese momento. Lo vives en un momento, algo efímero e indeleble, se vive en ese momento. Ni con la fotografía se puede captar el momento. Solo puedes ver un pedazo de lo que ocurre. Pero cuando estás ahí es distinto. Nunca puede compararse, ni siquiera en una transmisión en vivo se puede sentir la energía de presenciar una corrida en la plaza.

Yo no le enseñé a Malú a amar los toros. Siempre he sido muy mal docente en las cosas que me apasionan, que fundamentalmente son los toros y el béisbol. No soy buen promotor, no soy un buen encausador. Siempre me preguntan, por ejemplo, ¿quién es el mejor torero? Me da hueva tratar de explicar, que no existe el mejor torero, que todo es subjetivo y para mí, yo puedo tener un torero que es el mejor, pero no puede establecer más que ciertos criterios. Es, como el béisbol, es algo tan complejo,tan alucinante, que pueden pasar mil cosas y literalmente pasan. Da mucha hueva enseñar. Para mí, no se explicarlo, cuando vi sus fotos de insectos, siendo ella tan acelerada, tan impaciente, pensar la paciencia que se necesitaba para tomar esas fotos, me dije: quien crea arte, tiene que ser sensible al arte. Además, es una persona enamorada de registrar lo humano, con la cámara o la pluma, e imaginé que iba a ser una deleitadora del arte taurino, alguien que podía gozarlo, paladearlo. Por eso decidí invitarla, para ver si se enamoraba y al parecer lo hizo. Estoy consciente de que puede ser un amor pequeño y frágil, pasajero. O puede ser un amor más intenso. No sé si pueda ser una aficionada real o convertirse en una aficionada enloquecida, obsesiva, porque ella entiende la obsesión como arte. Y eso es la fiesta de los toros. Ella lo disfruta, lo goza y lo registra desde su perspectiva y ambos lo compartimos.


En mi caso, en la retina y la memoria tengo todas las cosas importantes como aficionado, las tengo talladas como aficionado. Puedo recordar cada cosa, cada detalle, cada minuto que he pasado en los toros, en cuarenta y pico de años que he sido aficionado a los toros. Lo tengo presente, tallado en la retina, la memoria y el corazón.


Jorge


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Jorge es tercera generación de una familia de amantes de la fiesta de los toros y Malú no los había visto mas que en las noticias en televisión. En esta página escribimos nuestras vivencias tratando de armonizar dos visiones absolutamente disparejas.

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