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Jamás, ni por accidente, estuve en una fiesta de toros en mi vida.

  • Foto del escritor: Jorge y Malú
    Jorge y Malú
  • 27 feb 2018
  • 16 Min. de lectura

Malú Villarreal


Yo jamás en mi vida me acerqué a los toros. Jamás, ni siquiera por accidente. En el norte hay toros, hay fiesta. En San Buena Ventura, cerca de donde nací, se hacían corridas de toros. Todo mundo va ahí, hay corridas. Nunca me llamó la atención, no era ni siquiera una cuestión de que me lo prohibieran o se viera mal, era algo que no existía, algo ajeno a mi familia. No existió jamás ese concepto. Solo una vez por ahí de 1982, que mi papá era tesorero municipal y tenía que ir con la comitiva, como parte de sus funciones. Pero no pasaba más allá de preguntarle cómo le había ido y punto.


Nunca lo vi como un espectáculo cruel que había que prohibir, solo no aparecía en mi radar. Creo que soy una persona muy tolerante. Por ejemplo, los circos, a mí no me gustan los circos de animales. Me gustan mucho los circos de acróbatas, esos que impulsan el talento humano. Me parece innecesariamente cruel el tener animales, y el saber que los animales sólo los puedes entrenar de dos maneras, o los matas de hambre o los matas de miedo. Y no me gusta, pero reconozco el derecho de las personas a las que le gusta eso. Yo a mis hijas nunca las llevé al circo, mis hijas si fueron al circo, yo no, pero ellas podían ir con familiares o amigos. A mí no me gustan, me parece muy cruel, sufría, sufro mucho, aun cuando iba al circo de niña.


Estudié biología, una carrera con la que me relaciono con los animales, con las tradiciones y con la cultura, vengo al sureste y el sureste también tiene una tradición taurina. Tuve amigos taurinos, que eran ganaderos. Mi única aproximación a los toros, ya estando en el sureste de México eran las fiestas de los pueblos, esas donde se “toreaba” una vaquilla. Y generalmente era un evento chusco donde los borrachitos de la fiesta se envalentonaban para que les dieran una arrastrada y terminaran entre las patas de una vaquilla flaca, pequeñita y sin cuernos. Era para bajarle la peda a los borrachos. Eso fue hace poco mas de 20 años. Era una pachanga brutal, mucha comida, mucha bebida y ya borrachos empezaba la toreada. Si me asustaban las revolcadas de las vaquillas, pero nunca pasaba a más.


Siempre veía a los comentaristas en la tele, pero siempre los veía en segundo plano entre una noticia deportiva y otra. Creo que esto fue porque, para empezar, los comentaristas y cronistas de toros hablan con términos muy particulares, excluyentes para un no docto de las fiestas. Es un lenguaje ininteligible que le hace sentir a uno como si estuvieran hablando en otro idioma. No puedes generar empatía si te excluyen de la narrativa por no tener una especialización en tauromaquia. Es una narrativa muy excluyente. Por eso es fácil excluir a los toros del radar individual. O peor, durante los comentarios de los toros mencionaban la cornada a un torero. “les advertimos que son imágenes impactantes” – no era suficiente advertencia. Eran imágenes horribles. Porque solamente te daban ese momento del incidente, incluso del momento de la cornada mortal. El momento donde el toro mataba al torero. Era espantoso. Entonces me dije, no me interesa. No entiendo nada, no hay quien me explique, es espantoso, no me interesa.


Me caso, tengo a mis hijas, no estoy interesada en la tortura a los animales para diversión, pero en el ámbito de los circos. Pero soy carnívora, así que tal vez era algo hipócrita. Decía, no voy a pagar para contribuir a la tortura de un animal en desventaja, un animal amarrado, que torturan con golpes o con matarlo de hambre. No se requiere hacer investigación profunda, el domador usa el látigo durante la presentación para que el animal obedezca, sabe lo que va a pasarle si no obedece. Es peligroso, porque el animal se puede rebelar. Pero los toros no los veía así, porque el toro tiene la misma oportunidad que el torero, no está amarrado, no es entrenado, y es una máquina asesina – que va a asesinar a lo que se le atraviese, y va a regresar a rematarlo – si el humano se apendeja. Yo me angustiaba por el torero ¿Qué carajos tiene que hacer ese escuincle flacucho con un animal de ese tamaño? – me decía comiéndome las uñas cuando llegué a ver algunas escenas en noticias. Es un monstruo asesino ¡que huevos! Pero era demasiado para mí. Si llegué a pensar en las corridas de toros durante esa época, pero pensé que no iba a soportarlo. No iba a soportar el miedo, la tensión, el dolor del público. El miedo de la gente, por el torero.


Y luego empecé a trabajar en comunidades, donde pude ver más de cerca la interacción entre los animales y la gente. El respeto que le tiene la gente a muchos animales, pero que no dejan de pensar son animales y me los voy a comer. Los respeto, pero son mi comida, serán mis mascotas, pero no son mis hijos. Entonces empieza toda esta marabunta animalista en los últimos años y yo comienzo a tener problemas con los animalistas, porque no entienden nada, yo producía carne silvestre y a mí me iba a gritar cosas horribles en los eventos, yo trataba de explicarles como era lo de la producción de carne, que no era bambi, que no era Disney. La película que más ha dañado a la conservación es bambi. Ese tipo de cosas deforma la conceptualización de la relación humano-animales. Entonces cuando yo empiezo a defenderme como productora, con mis criaderos, a luchar por mi derecho a que toleren usos y costumbres de las personas, me topo en los eventos a los de los toros. Yo conozco a los de los toros en nuestras protestas en el senado. Yo iba a protestar porque me dejaran trabajar con las comunidades produciendo pericos y venados y los de los toros por defender la fiesta brava.


En mi había tolerancia, un reconocimiento de que los toros no era lo mismo que estar torturando animales con un látigo. Y aun así, te digo, también conocí a los de los circos. Con todos tuve coincidencias de visión de gestión de la fauna. Porque todos teníamos derechos. Coincido con empresarios de toros, de gallos, de circos y yo que estaba con los productores de carne y mascotas y todos coincidíamos que teníamos los mismos derechos que otras actividades productivas, como la ganadería, por ejemplo. Por qué nadie se quejaba de las matanzas de los rastros. ¿Por qué la hipocresía? En esos foros cuando les decía que era bióloga había primero un rato de desconfianza, después de todo a los biólogos se nos hizo fama de animalistas. Pero yo les aclaraba que era de los otros biólogos, de los que estaban peleando por el derecho a aprovechar los recursos. Yo estaba metida en la cuestión, entendía la obligación de respetar los usos y costumbres. Porque en el momento que alguien quiere prohibirte, declarar públicamente y de manera categórica que tu uso y costumbre es mala, porque esa persona no la practica, está dañando, violentando el derecho del practicante, conculcando la libertad de otro.


Yo nunca voy a ir a un circo de animales, nunca, pero no voy a coartar tu derecho a ir a uno.


Yo crié a mis hijas con completa libertad y ellas tuvieron su época y supongo que aún la tienen de ser animalistas. Un día llegaron a casa y me dicen: “mamá va a haber una corrida de toros en la ciudad y vamos a ir a protestar contra los toros” yo las llevo y hay un montón de chiquitos gritando cosas y protestando contra la gente que entraba. Yo le dije a mi hija, “eso está mal” ustedes están en contra de eso, pero tú eres muy carnívora, estas en pro al derecho a la mujer al aborto ¿Por qué no estás en pro del derecho de la gente de los toros a su fiesta? Pueden pensar que es diferente. Pero no es diferente. Es la misma cosa. Si se dice que una mujer tiene derecho a decidir si quiere abortar, es su derecho, es su cuerpo, no importa que cancele una vida en camino (sin entrar en discusiones religiosas ni nada, era una vida) pero no estás de acuerdo en que a las personas les guste ver como un individuo se enfrenta a un toro que pesa seis veces lo que él y que es un asesino en potencia, ni entrenado, ni maltratado, ni minimizado en su poder destructivo. La misma mujer que tuvo el derecho a abortar, un par de meses después se le niega el derecho de ir a una corrida, porque va a morir un animal. No era coherente, era completamente incongruente. Esa parte me parecía ridícula.


En el senado yo admití que no sabía nada de toros, ni de circos, sabía de lo mío, sabía que nos estaban partiendo la madre y que se la iban a partir a muchísimas familias que por generaciones habían vivido de sus recursos, habían celebrado una fiesta o tenido un circo. Nos estaban partiendo la madre un montón de personas abraza bambis con argumentos sentimentaloides de niños privilegiados de primer mundo, que después de protestar se iban al Starbucks, y no nos estábamos defendiendo. Pero comían carne e incluso siendo vegetarianos creían que la carne o la soya o la quinoa, se daba en el supermercado sin haber devastado miles de hectáreas de selvas y explotado a miles de personas. No se hacían responsables de su propio tiradero, pero eran rápidos para señalar a otros, aun así, deseaban que nosotros nos fuéramos al infierno.


Cuando conocí a Jorge me di cuenta de dos cosas, nos citamos para tener un encuentro “amistoso” de café, primera cita a ciegas... y llega vestido de beisbolista. Me di cuenta que era fanático del béisbol. Nunca fui muy afecta a los fanáticos deportivos, la mayoría eran huecos de cabeza. Pero me dije, “fanático del deporte” …”bueeno” (solo un café). Luego me soltó la segunda bomba “Soy cronista de toros”. Me dije oh - oh. No solo le gustan los toros, es un cronista (traducción: es un fanático de esos que se las saben todas sobre toros). Yo sabía que un fanático deportivo era algo serio, pero fanático deportivo y de toros, casi salgo corriendo.


Cuando comenzamos a vivir juntos, Jorge y yo, me dice que debe ir a las corridas a hacer su crónica. Me digo, está bien, pero yo me mantengo alejada, porque no me interesa, justo como con los circos. Me dije que no iba a soportar toda esa energía, esa vibra espantosa. Ver una cornada en la televisión era espantoso e insoportable, verlo en vivo era impensable. Lo amo mucho, pero le pedí que no me incluyera, que se fuera a hacer sus crónicas y yo lo esperaba en algún café en el centro de la ciudad. Entonces Jorge se fue, hizo su crónica, la publicaron en el periódico y me la dio a leer.


Yo nunca había leído una crónica de toros. Mucho menos imaginé una crónica escrita por mi marido. Era sublime (y no lo digo porque sea mi marido), aun así no entendí muchos términos, seguí igual. Jorge me dice ¿por qué no intentas ir? Puedes ir y tomar fotos. A mi me fascina tomar fotos. Y digo, bueno para mi sería un reto ver si puedo resistir, y me decidí a ir.


También lo hice porque necesitaba vencer mis prejuicos. Me dije: nunca he ido a una corrida de toros, realmente no sé qué tanto es mi imaginación y que tanto es cierto. Creo que es algo que todos deberíamos hacer. Porque si vamos a criticar algo es porque lo conoces, en cambio es más sencillo decir, nunca voy a ir a una corrida de toros porque las odio. No las puedes odiar si nunca has ido a una. Si después de ir, escuchar, observar y preguntar sigues odiándola, pues estas en tu derecho de odiarla. Pero no puedes hacer un juicio sin datos.


Me costó mucho trabajo, hice una estrategia: si no soporto la presión, la vibra negativa del dolor, tristeza y miedo que pensé encontrar, me aíslo, me llevo mi celular y mi música, me pongo mis audífonos y listo. Cuando fuimos a comprar el boleto, y ya no había boletos para la corrida del primero de enero, pensé ¿cómo puede ser posible que haya muchísima gente que en primero de enero quiera venir a una corrida? Comencé a abogar a la escritora y a la fotógrafa. Ver a los revendedores, a las personas bajando, aún crudas de la noche anterior de su parranda trasnochadora del día último del año, para intentar comprar un boleto, era fascinante. Olvidé grabar mi música, olvidé mis audífonos, me dije ¿Cómo demonios voy a aislarme? Me di cuenta de todo esto mientras estaba en la cola, para entrar. Me dije, si no soporto la corrida me salgo... y luego se me descargó el celular, me dije ¿Cómo le aviso a Jorge? (él ve la corrida desde el área de prensa), bueno, pensé, espero en la entrada o la salida donde nos separamos. Yo estaba previendo todos los escenarios.


Tuve que caminar como una cuadra para la cola, faltaba una hora para entrar y la cola era de una cuadra de largo y observé a las personas, eran personas normales, familias completas disfrutando su día primero, familias de todos tipos, muchos niños pequeños y me imaginé como era Jorge de niño, cuando iba con su familia a las corridas. Un niño todo entacuchadito, con su pelito pegado con limón, no pude evitar reírme sola. Ahora mi marido estaba en el callejón, con toda esa gente privilegiada que era clave para la fiesta, me sentí muy orgullosa de él.


Gente de todas las clases sociales, había gente que se veía había hecho un sacrificio para asistir, en general. Había personas en carros de lujo que se bajaban oliendo a Chanel numero 5 o algo así. Tomé mi cámara, boleto en mano y comencé a tomar fotos de todo eso. La gente me miraba, por supuesto que se notó quien era la neófita, la que nunca había estado en esa fila, la señora que no dejaba de tomar fotos de todo.


Recordé que uno de los argumentos de los animalistas era que la fiesta era muy cara, inaccesible para la mayoría de las personas, una fiesta elitista. Un boleto en área general cuesta lo que cuestan dos cartones de chelas. Y aún así, recordé que ese es uno de los argumentos más idiotas y discriminadores que blanden estos niñitos nice. Decir que no es posible una actividad porque la gente es muy pobre para pagarla es producto de un razonamiento elitista y pobre de mente.


En fin, ahí estaba yo en la fila de entrada, viendo toda esa amalgama de personas de todas las clases y pensando ¿y qué? ¿y que si la fiesta es muy cara? Tú vas a la Riviera maya, te cobran 1500 pesos por entrar a un cenote ¿Quién se queja de eso? Si no tienes dinero para pagar eso vete a Valladolid ahí te cobran 70 pesos. La argumentación del precio de entrada no es válida para prohibir una actividad. Si así fuera habría que cerrar muchos restaurantes caros, el espectáculo del circo de acróbatas, que cuesta más de $3,000.00 por persona, pero nadie se queja o argumenta nada de eso. Todos esos argumentos son falaces, manipuladores para un creciente público ignorante. No queriendo usarlo como despectivo, más bien refiriéndome al hecho de que somos un pueblo que sabe cada vez menos, porque cree que el mundo es como el internet o la televisión, porque cada vez nos alejamos más del mundo real.

Volviendo a los toros, todos estaban revueltos. No había cola diferenciada, yo traía boleto numerado y dije me van a dar mi fila con número, y nada ¡chíngate! Porque todos van a la misma cola. Ricos y pobres. La fiesta es muy democrática, la fila es igual, adentro el voto del rico es igual al del pobre, el del conocedor es igual al del ignorante. Es una fiesta muy democrática. Entonces llego, supongo que debe haber una entrada a gradas de sol, pero nadie la conoce. Pregunté, me mandaron a varias partes y terminé perdida como 20 minutos.


La gente se apiñaba en todas las entradas y yo estaba desesperada porque el asunto ya iba a comenzar. Cuando por fin di con la entrada a gradas de sol vino el relajo de buscar la cuarta fila número 21. La acomodadora me indicó que mi lugar estaba hasta el fondo de la fila, miré a todas esas personas ya acomodadas y me imaginé que iban a estar muy molestas por la tipa que pasaba frente a ellas con el evento ya comenzando. Y fui hasta el fondo y no encontré mi lugar, así que regresé con la acomodadora entre rechiflas y reclamos de la gente sentada.


Un viejito murmuró muy molesto: ¿Por qué no llegan temprano? – Llegué temprano pero no me indicaron bien donde estaba mi lugar (sip, mi primera corrida y ya estaba yo peleando con otros asistentes).


Con permiso, con permiso (entendí porque había que llegar temprano), se llena muchísimo y no hay modo de moverse entre la muchedumbre de rodillas y espaldas, sin patear, pisar o empujar a alguien...y mas si se es gordita, como yo.


La acomodadora me dijo, su número es el que está pegado a la barda. Y chíngale a regresar y rechiflas. Había una mujer ocupando mi lugar. Había ocupado mi lugar y el suyo. Tuve que pedirle se moviera de mi sitio, se lo tuve que pedir cuatro veces y entonces como no me hacía caso tuve que sentarme a la fuerza y nalguear mi espacio. “Debería haber un límite de peso para estos lugares” – masculló la tipa. “Eso que usted dijo fue muy grosero” – le dije sin dejar de mirarla – “pero no me importa”. Ella se hizo bolita, supongo que apenada. Al final de la corrida ya éramos cuatas y estábamos gritando e insultando de manera coordinada.


Lo primero que siento, porque soy muy sensible en esas cosas, es que no hay miedo en el ambiente, hay emoción. La gente estaba relajada y contenta, era realmente una fiesta. La gente estaba relajada, feliz, salen los toreros y se vuelve un desmadre. Te diviertes bastante, ¿por qué? Para empezar, creo que mucha gente va a desahogarse. Escuchas a los conocedores gritando todo el tiempo lo que está pasando. Cuando yo entro, los forcados creo tuvieron una falsa, no entraron siempre con el primer torero o algo así. Y la gente comienza a gritar “¡Vete a tu casa niño!” la gente puede gritar pendejada y media y los del ruedo ni nos pelan. Yo escucho a todos gritar, muchos solo haciéndose los graciosos y la gente se ríe con ellos o de ellos. Tienes la oportunidad de desahogarte, si conoces un poco puedes opinar. Yo calladita porque soy una total desconocedora de todo el asunto. Y en ese momento ubico a Jorge, que está en el área de prensa, con los tocados por los dioses del toreo en el callejón, junto al ruedo.


Me digo: No voy a aguantar, y comienzo a tomar fotos, decido que la cámara es mi escudo. Puedo terciarme, la cámara usada como escudo. Estoy filmando una película puedo protegerme de sentir tensión o estrés, detrás de la cámara para cuando venga el trancazo de miedo o estrés de la gente – pienso. Estoy esperando que cambie el ánimo de la gente…y eso nunca sucede. La gente está emocionada, y con los pases y las faenas se calientan los ánimos, se encienden las emociones. Cuando la gente grita ¡ole! ¡ole! aplauden y se emociona, los niños haciendo comentarios, aunque estén encabronados porque lo que pasa abajo es soso, incorrecto y la gente grite ¡puta madre por esto pague! La gente está realmente divirtiéndose. La gente se desfoga y participan ¡Siii! ¡puta madre! Que nos devuelvan el dinero. Y todos se unen a esa complicidad.


Inmediatamente la gente reacciona, hay preocupación, no hay miedo. La gente sabe que hay peligro, al mismo tiempo esperan que no haya sido grave, se meten con los de abajo. Gritan ¡levántenlo! ¡no lo levanten! Insultan. Como si se tratara de su hijo. La gente se mete e insulta a los que están abajo, pero cuando hay un accidente se vuelven protectores y se preocupan por la seguridad de los de abajo, por el bienestar del caído.


En mi primera corrida hubo un accidente, un forcado en el primer intento cayó y cayó mal, quedó tendido en la arena mientras sus compañeros lo cubrían, mientras los monosabios saltaban al ruedo y los toreros se colocaban vigilantes. Y es que no es como una lesión en fútbol americano, donde tienes todo el tiempo del mundo y todo mundo puede ingresar al campo para ayudar.

Aquí hay un toro embravecido y todos los del ruedo deben estar pendientes. Hay tres toreros que vigilan los flancos para evitar que el monstruo se acerque en lo que sacan al herido a salvo. Porque muy fácilmente el toro podría hacer una chuza magnífica con todos los rescatistas. Hay mucha generosidad, la fiesta brava permite que la gente muestra lo mejor de sí, y lo peor. Escuchas insultos y mentadas de madre, pero cuando sucede estas cosas sientes la solidaridad, el calor de la gente y su preocupación. Mientras todo mundo susurra “sáquenlo de ahí”. Cada quien conoce muy bien su papel y entiende que desempeñarlo bien es cosa vital, de vida o muerte, literalmente. Los veo hacer una barrera para protegerlo del toro, otros colocándolo en la camilla con cuidado y hasta el toro, muy bien portadito, paradito en la esquina opuesta mirando lo que sucede. Las mujeres se preocupan como si fuera su hijo, los hombres comentan el accidente. Se siente el silencio solemne y luego el aplauso para el que sale, respirando aliviados porque salió vivo. Y entonces la gente vuelve a meterse con los de abajo y vuelven a llover los insultos y los comentarios chuscos y la fiesta inicia de nuevo.


Se me va olvidando el miedo. Me empieza a fascinar ver a la gente, observarla y entender las reacciones de las personas, sin entender nada. Escucho a las señoras de mi edad detrás de mí, mujeres más jóvenes y niños hablando términos de tauromaquia, que yo no entiendo. Tomo fotos, de todas las personas presentes, las del público, de todas las economías, de todas las edades. Me interesaba observar la reacción de la gente. Y tomo fotos del área de los favoritos de los dioses, los que están en el callejón y el ruedo. La atención está sobre el rejoneador, los toreros y el toro. Pero hay mucha gente alrededor. Los empresarios, monosabios, médicos, autoridades, prensa. Si uno va con la mente abierta, dispuesto a observar, es sencillo ir agarrando la onda de lo que es la fiesta brava.


Es sencillo ver quien es quien en la fiesta. Cuando la gente comenzó a gritar ¡Saquen al toro! ¡Saquen al toro! Porque el toro no daba de sí. Observé a los empresarios y no me fue difícil adivinar quién era el empresario responsable, estaba pálido, molesto, avergonzado. Yo, sin saber nada de toros, me di cuenta que ese animal no iba a dar de sí. Jorge me había explicado, con todos los términos de tauromaquia, cómo se suponía que un toro debía ser. No me fue difícil concordar con el público, ese toro no la estaba haciendo. Para el tercer toro que vi siendo toreado, en mi vida, ya sabía a qué se refería Jorge con la forma que un toro se suponía debía ser: El toro debía ser un hijo de la chingada que diera miedo. Ya para el tercer toro que salió esa, mi primera tarde, sabía cómo lucía un toro toro. Un toro negro salió corriendo y embistió a todo mundo, correteó sin descanso al caballo queriendo ensartarle los cuernos, empujando al caballo, estrellándose contra las barreras de protección, buscando a los ayudantes que se apretujaban detrás de las tablas huyendo de su embestida.


Dije – ¡Puta madre! (si, tengo un lenguaje muy florido) Este toro es el diablo.


La gente gritaba, mientras ese demonio trataba de sacar a todos de los burladeros. Un toro no apto para forcados, muy agresivo, escuché a la gente pedir, -¡Que no entren los forcados! ¡los va a matar! Era un toro muy entero, no van a poder. Las mujeres gritaban. Yo estaba de acuerdo. Era un animal muy alto, muy agresivo, muy enojado. Y solo me bastó ver tres toros para entenderlo.


Es una fiesta, porque la gente lo disfruta, lo sufre, lo vive, sin contar con lo mucho que uno se divierte, la botana del asistente gordito del rejoneador, también grité y me asusté con las otras personas. Te contagia el ambiente, grité con las señoras y con los señores, cuando tiraron al gordito. Te contagia el ambiente, la emoción y la excitación. Es el reconocimiento de que es una bestia de 500 kilos, con dos dagas que sabe usarlos y tiene un instinto asesino.


Es una cultura, es un evento con muchísimas facetas, amé observar a la gente, estoy de acuerdo que se requiere muchos y bien puestos para bajarse a la arena. Creo que el problema de los toros es que es excluyente en su lenguaje, es celoso de lo que sucede en la fiesta, y eso da mucho de donde grupos en contra, agarren para atacar.


Pero una vez que lo entiendes, es amor del bueno. Y así terminé yo enamorada de un cronista de toros, que me presentó la fiesta y terminé enamorada de la tauromaquia.



Malú

 
 
 

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Una pareja de escritores y sus narraciones en la fiesta de toros

Jorge es tercera generación de una familia de amantes de la fiesta de los toros y Malú no los había visto mas que en las noticias en televisión. En esta página escribimos nuestras vivencias tratando de armonizar dos visiones absolutamente disparejas.

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